domingo, 30 de diciembre de 2012

COCO.


 
Cuando alguien llama a la puerta nunca abro. A veces por floja y a veces por miedo. Que el corazón se me esté saliendo del pecho no es tu culpa, de verdad que no. Tú estás dormido y la gente que duerme es vulnerable. Y sé que si abro la puerta no te vas a despertar, por eso tengo miedo, por eso no abro.
¿Cómo te imaginas al coco? Porque estamos de acuerdo que no existe, pero si existiera cómo crees que sería. Cuando era niña mamá juraba que si no me iba a la cama el coco iba a venir y me comería. Me lo decía nerviosa, empapada en sudor, con las manos y la voz temblorosas. Entonces se iba a la sala a esperar a papá. Y yo en lugar de dormir pasaba las noches enteras inventándole rostros al coco, luego lo dibujaba. Tenía cuadernos llenos de garabatos con sus posibles identidades.
Algunos dibujos eran parecidos a changos grandotes, con colmillos gruesos y babas escurriendo de su hocico. Otros eran pequeños, flacos, encorvados y sin pelo, igualitos a las imágenes que pasaban en la tele cuando hablaban del chupacabras. Había otro en particular que me gustaba mucho, pero mejor no te lo describo porque no’mas de acordarme me muero de la risa, o igual y son los nervios. Así pasé todas las noches de mi infancia, intentando encontrarle cara a algo que nunca había visto, a lo que supuestamente tenía que darme miedo pero más bien me daba un chingo de curiosidad. Y yo no’mas no me dormía.
 Siempre tuve una relación amor-odio con la oscuridad. Por un lado me encantaba porque era el único momento en que podía dibujar sin que nadie me molestara. Pero también la odiaba, porque sabía que tarde o temprano llegaría papá y él me daba miedo en las noches.
Me acuerdo de mamá con la nariz llena de sangre y los ojos rojos de tanto chillar. Papá con su cara de zombie arrastrando las palabras y metiéndose polvo como endemoniado. 
Crecí mirando por la orillita de la puerta, aprendiendo que en la noche es cuando se pasa de la risa al miedo, se golpea a mamá, se bebe cerveza, se inhala coca y se escucha a los doors a un volumen rompetímpanos.
Me daba más miedo mi papá hasta la madre de coco que el mismo coco con el que tanto me cuenteaba mamá. A ese a final de cuentas ni lo conocía. Ese no venía en las madrugadas a tocarme mientras yo lloraba callada y temblando de pura confusión. Siempre me odié por no poder matar a papá. Tan divertido, talentoso y a veces tan guapo. Sentía muchas ganas de molerle la cabeza a golpes, pero siempre me contaba un chiste antes de que me atreviera a hacerlo.
Así seguí creciendo, amando y odiando que se metiera el sol. Porque eso era lo que me asustaba, que se metiera el sol.  A pesar de todas las madrizas que papá le dio a mamá nunca me ha dado miedo cuando se me acerca un hombre desconocido. Yo sé cómo controlarlos. Son bien mansitos, nada más es cosa de que les hables al oído y bajan la guardia. Se les doblan las piernas, empiezan a tartamudear, a sudar por todos lados y entonces yo me cago de risa de verlos tan inofensivos. A lo mejor por eso terminé de puta cuando me escapé de la casa. No tanto por la lana, esa va y viene. Más bien por sentir el poder de controlar a cualquier tipo que se las diera de muy macho.
Lo bueno de andar taloneando es que los clientes casi siempre son feos, apestosos, borrachos y bigotones. Nunca guapos, chistosos y bien bañados como papá y tú. Porque así que digas feo feo pues no eres, andas perfumadito y bien rasurado. Por eso cuando te me acercaste allá afuera le pensé mucho, la neta te le subí al precio esperando que me dijeras que mejor no, porque eres igualito a papá. Pero resultó que no era no’mas lo guapo, también tienes mucha lana para comprar lo que sea, y pues ya no me quedó de otra.
Acá entre nos, tienes una pinche suerte que ni te cuento. Si no fuera porque estoy que me lleva de puritito miedo ya no estaría aquí contigo. Porque deja que te diga que terminando mi chamba dejo que se queden dormiditos y entonces pues ya, los chingo. No los mato, porque a los hombres no les importa la vida. Les robo todo, ahí es donde más les duele. Luego llego a mi casa y siento a ver mi caja de zapatos llena de billetes, relojes, anillos de compromiso y crucifijos de puro oro. A veces les robo también sus credenciales para ver sus fotos y morirme de risa.
El chiste es que si no me he ido de aquí con toda tu lana es porque si abro me muero. No me voy corriendo porque conozco ese olor a loción cara que está detrás de la puerta, ese sonido del aire intentando entrar por una nariz jodidísima por años de vicio. Los conozco y a mi lo conocido es lo que me da miedo. Si no me he despegado de ti es porque mamá tenía razón, yo que no’mas no me duermo y el coco que ya vino por mi.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario