Del contexto en
que se aplique depende si son flores o navajas. Ese verbo utilizado por el
mexicano para una enorme cantidad de fines dependiendo del tono en que se use.
Chingar como molestar (¡Deja de chingar!), como muestra de superioridad
(¡Te chingué!), como resignación (Mhh que la chingada...) y a veces
hasta como válvula de escape ante situaciones desafortunadas (¡Chingada
madre!). Y así podemos enumerar una lista infinita de posibles escenarios,
pero hay uno en particular que merece ser analizado con detenimiento: Chingar
como referencia al trabajo. Y no lo digo yo, lo dice Ma. Del Pilar Montes
en su célebre “Chingonario: Diccionario sobre el uso, reuso y abuso del
verbo chingar”.
Es el pan de
todos los días ver al menos a una persona fruncir la boca, torcerla un poco
hacia un lado, mirar hacia arriba dirigiendo los ojos a la derecha y después de
un chasquido de lengua soltar, con acentuado hartazgo, la cantaleta eterna: -Mch...
ni pedo, a chingarle. Como si hablar de trabajo fuera hablar de la peor de
las maldiciones, de esas lapidarias que condenan a pueblos enteros por los
siglos de los siglos.
Por otro lado,
la mentalidad cangrejo y los sabios dichos del abuelo (“Mijo... si tu cabeza
sobresale de la del resto, por la razón que sea, espera más mentadas de madre
que aplausos) me refunde aún más en el dark side del asunto. Chinga
al prójimo, el que no tranza no avanza y otras cuantas barbaridades
individualistas de nuestra sociedad. Tristemente no son pocos los que piensan
que para estar bien el otro tiene que estar mal.
Ya encarrilado
me atrevo a soltar al aire la teoría de que en el momento de la creación (lo
que sea que esto signifique) a Dios (quienquiera que ese sujeto sea) se le
olvidó ponerle al mexicano el gen del trabajo en equipo. Ejemplos puedo dar los
que me pidan y no me dejarán mentir. Desde nuestros años de escuela los
trabajos en equipo se repartían entre los integrantes para hacerlos
individualmente... “Psss cada quién su parte y lo juntamos mañana ¿no?”.
En el deporte somos
potencia en disciplinas individuales (tae kwon do, clavados, atletismo)
y fans aferrados de la disciplina en la que más perdemos, o mejor dicho en la
que nunca ganamos: el fucho, ¿macabra coincidencia?
Pareciera que
estamos atados de manos y pies, condenados a soltar bilis quién sabe por qué y
contra quién, resignados a la eterna confusión de por qué nada cambia y de
plano seguimos y seguiremos en las mismas. Qué debemos hacer, para dónde
caminar, ¿Ya chingamos, nos chingamos o le chingamos? Sabe.