domingo, 7 de junio de 2015

LaguNotas Mentales: Odio los timbres de los télefonos y tengo una teoría

No están para saberlo, ni mucho menos yo para contarlo (porque hasta pena me da), pero pasé mis años de estudiante en escuelas religiosas. Mi inocente cerebro sometido a agresivos y despiadados coco wash a cargo de los malvados peces gordos del Opus Dei y así. Que quién hizo esto y lo otro, quién es el papá de todo el universo, quién es el principio y el fin: la respuesta invariable à DIOS, DIOS, DIOS.
Recuerdo haber leído “El Mono Desnudo” de Desmond Morris un par de veces seguidas en la primaria. La primera por necesidad, no había nada más a la mano. La segunda por verdadero interés. De ahí se volvió una costumbre meterme en problemas por cuestionar cosas que los sacerdotes no podían responder.
Mis visitas con el psicólogo de la escuela se volvieron cotidianas por andar preguntando que si el hombre venía del mono, Dios hizo a los primeros hombres a su imagen y semejanza entonces Adán y Eva eran changos… y por consiguiente Dios también. A final de cuentas no era culpa mía, sino suya por andarme dejando a la mano los libros de ciencias naturales y la Biblia juntitos y no asumir las consecuencias de su descuido.
Así como la jirafa se hizo de ese alargado cuello después de miles de millones de años de intentar alcanzar el alimento de los árboles, igual el hombre hizo lo suyo para pasar de mono jorobado a ente erguido. Así funciona la evolución y adaptación de las especies. Pero con todo el despapaye Morrisiano/Darwiniano de los changos y el humano no pude evitar analizar a las personas todo el tiempo, aún lo hago.
Y entonces pienso que probablemente llegamos al tope de la evolución y a partir de ahora empezamos el vertiginoso regreso de caminar en dos extremidades a ser de nuevo animales de espalda curva. Para pensar esto hay una poderosa razón: el teléfono celular.
Irónicamente con el paso de los años este aparatejo se ha convertido en todo menos en eso, un teléfono. Ya es cámara fotográfica, computadora, reproductor de música, agenda y bloc de notas. Y para lo que menos lo usamos es para llamadas. Basta con asomarse por la ventana para ver como todo el mundo camina encorvado con la mirada fija en las pantallas de sus celulares. Es altamente probable que usted, mi querido amigo lector, esté leyendo mis palabras en su celular. Y aún más probable que esté completamente jorobado mientras lo hace.
Sin duda los avances tecnológicos son de gran ayuda, pero hay que saber cuándo y cómo. La gente pasa los días enteros esclavizada a sus teléfonos móviles, horas y horas. Paradójicamente este medio de comunicación se ha convertido en el principal medio de incomunicación. Y así nos empuja violentamente a lo que en mi pequeño mundo interior de teorías que a nadie le importan he llamado “La Involución”.

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